Por Carlos Silva
A 121 años de su muerte en Masoller, la figura de Aparicio Saravia sigue siendo uno de los símbolos más poderosos de nuestra identidad nacional y especialmente, del Partido Nacional. Saravia no fue solo un caudillo, fue un hombre que dedicó su vida a luchar por la libertad, la justicia y la democracia en tiempos donde el país todavía buscaba encontrar un rumbo. Su nombre se asocia con valores que trascienden generaciones, la defensa de las instituciones, la igualdad de derechos y la convicción de que la política es, ante todo, un servicio al pueblo.
El pasado domingo, como cada año, miles de blancos recorrieron el camino hacia Masoller para rendir homenaje a aquel hombre que dejó su vida defendiendo sus ideales. La marcha no es solamente un acto de memoria, sino también un compromiso con el presente y el futuro: mantener viva la llama de los valores que nos legó Saravia. En un Uruguay donde los desafíos de la democracia se renuevan cada día, mirar hacia atrás es también una manera de encontrar fuerza e inspiración para lo que viene.
Uno de los momentos más significativos de la jornada fue el regreso de Luis Lacalle Pou a la marcha. Después de cinco años de ausencia, en los que el deber de presidir a todos los uruguayos le impuso una prudente distancia, el ex presidente volvió a caminar junto a los suyos. Su presencia tuvo un fuerte valor simbólico: recordó que los liderazgos son circunstanciales, pero los principios permanecen.
El retorno de Lacalle Pou a Masoller es, también, un mensaje político claro: la unidad del Partido Nacional se construye sobre la base de los valores que nos legó Saravia y sobre la convicción de que el país necesita liderazgos firmes y comprometidos.
Saravia solía decir: “Los pueblos se salvan por la fe y por la lucha”. Hoy, esa frase adquiere una vigencia enorme. No enfrentamos las lanzas ni los campos de batalla, pero sí luchamos por causas igual de profundas: por la libertad, por el trabajo, por la dignidad y por un país que no deje a nadie atrás. En un mundo que cambia a gran velocidad, los ideales de Saravia permanecen como faros que nos guían.
Masoller no es un punto en el mapa. Es un símbolo. Nos recuerda que la historia se construye con sacrificio y que cada generación tiene su propia batalla. Ayer, mientras miles de blancos caminaban hacia ese lugar cargado de significado, se renovó el juramento de seguir defendiendo las ideas de libertad y justicia por las que Saravia entregó su vida.
Nuestro desafío es estar a la altura de esa herencia. Que las banderas que Saravia alzó con coraje no se conviertan en simples recuerdos, sino en guías para la acción. La mejor manera de honrar su memoria es trabajar por un Uruguay más justo, más libre y más unido.
Aparicio Saravia nos enseñó que la democracia se construye con convicción, con lucha y con fe. Hoy, 121 años después, esa enseñanza sigue viva en cada blanco que, año tras año, peregrina hacia Masoller.