Por el Dr. César Suárez
El tiempo transcurre y a mí me ha tocado transitar por varias generaciones en las varias décadas andando por la vida y he sido consciente testigo del nacimiento, el crecimiento, adolescencia, juventud, la madurez, la formación de nuevas familias y hasta parece mentira que a esos que los vimos bebés y casi sin darnos cuenta ya son padres y hasta abuelos aquellos que en algún momento tuvimos en brazos y ahora nos superaron en altura y en protagonismo.
Aparte de ser testigo de la evolución de decenas o cientos de personas, fui testigo de mi propia evolución, de percibirme pequeño, mirando a todos desde abajo, ser testigo del nacimiento de mi hermana, casi cuatro años menor, mi alternancia entre mi casa y la casa de mis abuelos, mi primer día de clase en la escuela, de mis travesuras, de mi primer pelota de cuero, de mi primer día con mi bicicleta, mi preparación para mi primer día de liceo a 25 km de distancia, la meticulosa manualidad de una tía elaborando mi ropa especial para esa instancia, el egreso de la etapa de bachiller, el primer día y la primera clase en la Facultad de Medicina, el día que la vi a ella por primera vez y me desconfiguró las ideas y ya no la pude sacar de la cabeza y ahí se quedo por siempre y hasta ahora.
La llegada de mis hijos que ahora son madre y padre y nosotros nos transformamos en abuelos una experiencia incomparable y si faltaba algo para ayudar a cerrar el círculo de la felicidad, hace poco más de 2 años, llegó Amancio que cambió todos los parámetros y se instaló sin permiso en el centro para que todo gire alrededor de él.
El manda, pero no habla, con gesto y señales hay que tratar de interpretarlo, de vez en cuanto mete algún sonido pero a él no le interesa aprender porque obtiene lo que quiere sin emitir palabra, entonces para que molestarse.
Ahora creo que está empeñado en inventar un nuevo idioma que de a poco vamos intentando comprender, por suerte por ahora no son muchas las palabras que intentaré trasmitirles por si en alguna ocasión se cruzan con él y quieren mantener un diálogo.
Ñaña equivale a gato, barbol, árbol; bebo, dibujos animados; brum, auto o moto; ilao, helado, mama (sin acento), mamá; papa (sin acento), papá, mon, limón; Pepe, Pepe; bagua, agua; pumba, pelota; baba, abuela, gande, grande, guaga, perro; muuu, vaca, papo, calzado; abe, abre; deo, dedo, todo lo demás, con lenguaje de señas. El dedo índice es para él un recurso vital, siempre señala lo que quiere y en ocasiones se enoja y si no le haces caso te toma del dedo índice tuyo y te lleva de arrastro a donde él quiere y siempre necesita un testigo para que lo aliente acerca de lo que está haciendo (cama elástica, patineta, moto eléctrica, pelota, botella de plástico, autitos, muñequitos y pedacitos de cosas múltiples que quedan regadas por todo el piso. Cuando se le complica el panorama reclama el tete y no negocia.
Nuestra vida ha cambiado en forma radical, desde antes de nacer, primero saber el sexo, después saber cómo era hasta que llegó el parto, después, que se parara, después que caminara, después que corriera y ahora quiero saber que opina, esperando que comience a hablar porque lo que yo quiero, es hablar con él.