Por Pablo Perna
En Salto fallecía un importante comerciante y masón, a los muertos ricos era costumbre que antes de llevarlos al cementerio debían hacer una parada obligatoria en la parroquia, para que el cura con sus plegarias contribuyera a que el alma descansara en paz y llegara más rápido al cielo. La logia a la que partencia el comerciante, por obvias convicciones filosóficas se negaban a cumplir con ese ritual que consideraban arcaico, pero los familiares del difunto solicitaron especialmente que se cumpla con la costumbre cristiana, por lo que ante la tolerancia masónica los hermanos accedieron a la petición familiar.
El cura que estaba encargado de la parroquia “Nuestra Señora del Carmen” era un viejo cura español, que en su juventud había sido soldado carlista, de carácter exaltado, fanático, mujeriego, guitarrero, “hombre de pelo en pecho” y “armas llevar” (descripciones conforme a los testigos de la época). El cura al enterarse que los masones pretendían llevar el cuerpo a la iglesia que custodiaba, cierra las puertas de la parroquia, con pistolas bajo la sotana, cruza la calle hacia la plaza 33 y se queda esperando a que el cortejo llegara.
Los masones bajaban por calle Uruguay todos a pie llevando el féretro a pulso, desplegando todos los estandartes masónicos dándole a su hermano la ultima exaltación honorifica; se dirigieron hacia las puertas de la parroquia y cuando pretenden entrar el cura saca las pistolas entre su sotana manifestando que en su iglesia no ingresaría ningún hereje. El Intendente de la época, que también venia en el cortejo por ser masón, al igual que muchas autoridades de la época, le hicieron frente. Ante la trifulca el monaguillo de 12 años, por indicaciones, corre a llamar al cónsul de España y Portugal que vivían a pocas cuadras, lo cual de inmediato llegan evitando un desenlace fatal.
La historia culmina que los cónsules median con la multitud y convencen al cura que tome una lancha hacia Concordia en ese mismo momento, por lo que lo acompañan al puerto. El tumulto que seguía de atrás al español belicoso al ver el barco partir, el Intendente le gritaba al capitán que tirara al cura al río y que lo ahoguen. Los masones ese día expulsaron al cura del pueblo, abrieron las puertas de la parroquia y pudieron sepultar en paz a su hermano masón en señal de la tolerancia fraterna y el respeto a la última voluntad familiar del difunto.
Se cuenta que durante meses la Iglesia en reacción a los acontecimientos deja sin cura a la ciudad de Salto. Cuando el tiempo pasó y los ánimos caldeados se enfriaron, por mediaciones divina el obispo desde Montevideo, en señal de revanchismo, vuelve a enviar al mismo cura, pero esta vez por su hazaña espiritual lo ascienden a cura párroco titular. Se cuenta que desde el regreso del cura, la iglesia y masones en Salto pudieron convivir en paz, pero al poco tiempo el cura guerrero místicamente deja Salto retornando a su ciudad natal donde muere.
Esta historia sucedía en Salto en 1873 conforme a documentos históricos recogidos por Eduardo Taborda en su libro “Salto de Ayer y Hoy” publicado en 1955, que en el marco de las celebraciones del día del patrimonio queríamos recordar historias pintorescas del pasado que nos ayudan a comprender nuestro presente. ¡Feliz día del patrimonio!