Por el Padre Martín Ponce De León
En oportunidades, los relatos evangélicos, son duros al enfrentarnos con nuestra realidad personal. Nos creemos tan seguros de nosotros mismos que no sabemos mirar a los demás debidamente o no sabemos valorar lo que nos rodea como acción amorosa de Dios.
Cuando nos creemos seguros de nosotros mismos todo se reduce a encerrarnos en nosotros mismos puesto que consideramos ello es lo único válido y a mirar con ojos críticos lo de los demás.
Poco a poco nos vamos alejando de la realidad y, la misma, solamente se nos transforma en un instrumento para crecer más y más en una autovaloración que está muy lejos de lo que, verdaderamente, es.
No es correcto que nos comparemos con los demás puesto que cada uno de nosotros somos demasiado únicos como para poder realizar cualquier comparación.
Muchas veces, al compararnos con los demás, nos consideramos peores que el resto y ello es incorrecto puesto que dejamos de valorar las cualidades que todos poseemos. Muchas veces, al compararnos con los demás, nos creemos mejores que el resto y ello es incorrecto puesto que no sabemos ver nuestras limitaciones.
Está bien que seamos seguros de nosotros mismos en ese justo punto de sabernos con cualidades (algunas) y con limitaciones (algunas). No somos ni mejores ni peores que los demás. Simplemente “Somos”
Somos seres con capacidades que podemos poner al servicio de los demás y, ello, nos hace útiles. Somos seres con limitaciones y ello nos hace seres necesitados de ser ayudados para crecer y ser mejores.
Necesitamos saber aceptar y reconocer lo que somos. Así como podemos y debemos ser útiles, debemos y podemos ser mejores en la medida que superando nuestras limitaciones.
Es importante, también, que los demás sepan aceptarnos como somos. Muchas veces nos ven como mejores de lo que somos y, en oportunidades, peor de lo que, verdaderamente, somos.
Cuando, entre lo que somos y la manera en que nos ven, existen distancias o muchas diferencias, debemos intentar llegar a ese justo medio que nos permite reconocer nuestras cualidades y aceptar nuestras limitaciones.
Debemos estar seguros de lo que somos, puesto que ello es lo que nos permite ser quienes somos y no podemos perder nuestra originalidad.
Nunca tenemos propiedad de la verdad y nunca los demás deben imponernos su verdad. La verdad, sobre lo que somos, es un algo que vamos construyendo constantemente con el crecimiento de nuestras cualidades y con el menguar de nuestras limitantes. Es un algo que, cada uno, sabe y descubre, cuando se observa con honestidad y coraje. Dios no nos pide que imitemos a nadie para sabernos intentando ser útiles. Nos pide que seamos nosotros mismos y, para ello, debemos estar seguros de nosotros mismos.
Cuando esa seguridad nos hace creer superiores al resto debemos estar seguros nos estamos mirando equivocadamente. Cuando esa seguridad nos hace creer somos peores que los demás debemos darnos cuenta que nos estamos mirando equivocadamente porque escondiéndonos detrás de la comodidad.
“Somos” y no podemos avergonzarnos de lo que somos, pero tampoco, podemos mirar a los demás “por sobre el hombro”. “Somos” y debemos aceptar que podemos ser mejores, pero, también, que debemos agradecer a Dios por haber podido llegar hasta donde nos encontramos.