Por el Padre Martín Ponce De León
Por el Padre Martín Ponce De León.- En diversas oportunidades he manifestado mi especial simpatía por “los pide pan”. Ellos ejercen, sobre mí, una particular atracción y no logro explicar la razón de la misma.
Puedo entender, y respeto, a quienes experimentan, ante ellos, una sensación de rechazo. Generalmente, su aspecto no es muy prolijo y su presencia suele estar acompañada por un aroma no muy grato. Sus conversaciones suelen ser sobre unos muy limitados temas y con un lenguaje más limitado, aún.
Puedo entender, y respeto, a quienes los une con abandono y dejadez. A quienes los identifican con algún consumo problemático o con constantes pedidos o desorden.
Debería ser muy necio si no aceptase que se pueden tener razones para sentir de tal manera ya que, en muchos de ellos, se puede encontrar algo de ello o todo ello.
Eso hace que mi inquietud sea un interrogante que no puedo responder debidamente.
¿Por qué es que me siento tan a gusto con ellos?
Es un mundo que me atrae y disfruto. Conversar con ellos es un placer que no puedo ocultar o negar. Me resultan una lección de vida que siempre me deja asombrado. Me resulta muy sencillo colmarme del Cristo que, en ellos, con total facilidad puedo descubrir.
No puedo dejar de reconocer el estilo de vida libre en el que sobreviven, por más que, el mismo, esté saturado por algunas no muy recomendables dependencias. Les importa muy poco, por no decir les importa nada, lo que pueden opinar sobre ellos. Están inmunizados de muchos complejos y se ríen de muchos comentarios que pueden escuchar sobre su aspecto o su estilo de vida.
Ese estilo de vida libre les hace ser un canto a la providencia, puesto que, suelen encontrar lo necesario como para sobrevivir día a día. Encuentran en algunas personas generosas, en algunas monedas que se les acercan o en el hurgar en alguna volqueta.
Con muy poco se conforman ya que, en oportunidades, se limitan a algo que no está en muy buen estado o es una cantidad muy limitada.
Disfruto, estando con ellos, viendo como comparten de lo poco que han podido obtener. Así como una botella puede recorrer toda la ronda sin que nadie se detenga a mirar el trago que se le brinda a la misma, pueden compartir unos bollos, unas galletas o unos tallarines con tuco que extrajeron de alguna volqueta. Muy difícilmente se esconden o se aíslan para no compartir lo poco que han logrado, encontrado o recibido.
Conversar con ellos es una oportunidad para descubrir lo que es “tener los pies sobre la tierra”, sus observaciones y comentarios están colmados de sencillez y realismo. Suelen ser muy duros en sus juicios, pero los mismos están basados en sus experiencias de vida.
Sus temas de conversación suelen ser muy limitados y es imposible pretender mucha profundidad en el trato de los mismos, pero, sin duda, es gratificante escuchar su sencillez con la manera con que encaran la vida y la alegría con que suelen encarar a la misma.
¿Por qué me siento tan a gusto con ellos? Muchas veces me lo he preguntado y, siempre, he llegado a la certeza de no tener una respuesta ante tal pregunta. Entre ellos, jamás, me he sentido maltratado o tratado sin respeto. Siempre me he sentido aceptado e integrado a sus ruedas de conversación.
Se me termina el espacio y, debo reconocerlo, aún no encuentro una respuesta aceptable a ese continuar preguntándome ¿Por qué me siento tan a gusto con ellos?