Por Pablo Vela
En Salto los hechos de violencia han dejado de ser sólo estadísticas para convertirse en una experiencia cotidiana y dolorosa de los vecinos, sobre todo de ciertas zonas del departamento. Ataques con armas de fuego, heridos por arma blanca, patrullajes incómodos, barrios donde la noche se vuelve “incontrolable”. Por ejemplo: un joven de 22 años fue herido de un disparo en el cuello en zona sur, presuntamente por su pareja, homicidio en agosto de 2025 donde un hombre de 30 años murió tras recibir un disparo en la vía pública, operativos policiales recientes han hallado armas largas, cargadores. Y además, los barrios al este de la ciudad sufren incidentes nocturnos múltiples: un apuñalamiento grave, ataques a vehículos policiales, incendios o lanzamiento de artefactos.
La conclusión es inevitable: la sensación de inseguridad crece, la expectativa de que el Estado actúe con verdadera eficacia se diluye.
El fenómeno no se agota en Salto, ni en Uruguay, podemos apuntar a algunos factores que se repiten y concentran:
•Armas y drogas: la existencia de armas de fuego no registradas, cargadores, municiones listas para uso, amalgamados con tráfico de drogas o con conflictos narco locales, hacen que la violencia escalone rápido de «insulto o riña» a «balacera en la vía pública». En Salto lo vimos en operativos policiales recientes.
•Poca disuasión efectiva: los delitos “sencillos” (robos por ejemplo) no siempre terminan en sanciones que modifiquen la conducta del agresor. Eso genera la sensación de impunidad.
•Estado fragmentado en su respuesta: en la prevención, en la persecución y en la rehabilitación.
•Cultura de confrontación: cuando los agentes pierden el mando simbólico (la violencia toma las calles, los ciudadanos creen que “hay que andar armado” o “la vida vale menos”) se erosiona la convivencia. El senador Zubía lo grafica de manera meridianamente clara cuando dice que “la vida del ciudadano uruguayo vale cada vez menos”.
El senador Gustavo Zubía (ex fiscal) ha venido planteando una batería de medidas que él considera urgentes para revertir la tendencia. Algunas de las propuestas principales:
-Reestructuración de la Policía, de la Fiscalía y del sistema penitenciario: desde hace años se ha “conducido mal” la seguridad pública, algo para lo que se requiere madurez y estar lejos de la búsqueda del rédito electoral.
-Allanamiento nocturno: la posibilidad de encontrar al delincuente menos preparado o con la guardia baja no debe coartarse, siempre con las garantías constitucionales y procesales necesarias.
-Mayor presencia estatal concreta: patrullajes en forma contundente en barrios catalogados como conflictivos o “calientes (no por sus vecinos si no por los pocos que claramente no quieren vivir en sociedad, respeto de los derechos y asumiendo sus obligaciones). Incluso sin descartar el apoyo de personal del Ministerio de Defensa para las zonas de mayor problemática aún (sobretodo Montevideo) donde el delincuente tiene mayor logística, mejores armas y muchas veces superan en cantidad al personal policial.
Pero, como ya hemos visto, muchas de estas propuestas no han sido implementadas en la forma que Zubía reclama ni hoy ni antes.
Existe un desfase entre el discurso y la práctica. En Salto, los hechos están ahí, las balaceras, las armas largas incautadas, los barrios difíciles. Pero la sensación es que la respuesta estatal es reactiva, no proactiva. Los operativos puntuales que capturan armas o drogas (bienvenidos) no bastan para cambiar la tendencia estructural.
Salto no es un caso aislado, refleja en micro escala lo que sucede en Uruguay. El riesgo es que la normalización de la violencia erosione la convivencia y la democracia local. Las propuestas de Zubía pueden aportar ideas, incluso urgentes, pero necesitan encontrar implementación efectiva, adaptada a la realidad de Salto y con pluralidad de enfoques.
La seguridad pública no es sólo cuestión de aumentar patrulleros o penas más duras (aunque ambos tengan su lugar) sino de construir cultura, de responsabilidad colectiva, de intervención estatal coherente y firme. La hora de hacer que las promesas dejasen de ser promesas ya llegó. Salto lo demanda, sus ciudadanos lo exigen.