Por Dr. Pablo Prestes
Diabetólogo
Colegio Médico del Uruguay
La diabetes se ha instalado como una de las grandes epidemias silenciosas de nuestro tiempo. No es solo una cuestión de glucosa: es una enfermedad crónica, progresiva y multisistémica, que avanza sin hacer ruido, dañando lentamente vasos sanguíneos, riñones, retina y nervios. Cada día de hiperglucemia sostenida es un día en que el cuerpo acumula cicatrices invisibles que, con el tiempo, se traducen en complicaciones que marcan la vida de las personas: infartos, accidentes cerebro-vasculares, insuficiencia renal, amputaciones y ceguera. La magnitud del problema se refleja en cifras que no dejan de crecer, interpelando a los sistemas de salud y a la práctica médica cotidiana.
En Uruguay, el impacto es tangible: entre el 8% y el 9,5% de la población adulta vive con diabetes —diagnosticada o sin diagnosticar—, según datos de la Federación Internacional de Diabetes (IDF) y la Organización Panamericana de la Salud (OPS).
Esto equivale a más de 200.000 uruguayos, una cifra que continúa en aumento y que obliga a redoblar esfuerzos en prevención, detección temprana y acceso equitativo a tratamientos.
En la consulta vemos a diario cómo este diagnóstico transforma rutinas, proyectos y hasta la manera de pensar de quienes lo reciben. Vivir con diabetes significa un ejercicio constante de disciplina: medir, registrar, calcular, ajustar, decidir qué comer y cuándo, planificar la actividad física, controlar medicación. Es una enfermedad que exige presencia permanente; no toma feriados ni vacaciones. Por eso, hablar de control no es hablar solo de medicamentos: es hablar de acompañamiento real, de educación continua y de una red de apoyo que sostenga en el tiempo.
Desde el rol médico, no alcanza con prescribir y citar controles. Controlar la diabetes es educar, motivar y sostener. La persona que tenemos enfrente trae temores, dudas y, muchas veces, cansancio. El trabajo médico debe ser clínico, sí, pero también humano: tender puentes, fortalecer la confianza, mostrar que un manejo efectivo es una posibilidad concreta, no una utopía. El acto médico en diabetes implica escucha activa, capacidad pedagógica y empatía, para que cada consulta se transforme en una oportunidad de empoderamiento.
El abordaje, además, debe ser integral e interdisciplinario. Médicos, nutricionistas, educadores en diabetes, psicólogos y enfermería conforman un equipo que, bien coordinado, cambia pronósticos. La evidencia demuestra que los programas estructurados de educación terapéutica mejoran la adherencia, reducen hospitalizaciones y prolongan la calidad de vida. Y el sistema de salud tiene un rol indelegable: garantizar acceso a insumos, medicación, tecnología y educación continua es tan decisivo como cualquier protocolo farmacológico. Sin equidad en el acceso, toda recomendación se vuelve una promesa vacía.
Hoy, más que nunca, no podemos resignarnos a las complicaciones como un destino inevitable. Cada consulta es una oportunidad de prevención; cada diálogo, un acto de salud pública. Controlar la diabetes es proteger visión, riñones y corazón. Es ganar años plenos de vida, evitando internaciones, cirugías y sufrimiento evitable. Es, en definitiva, una tarea que conjuga ciencia, política sanitaria y compromiso humano.
Porque la diabetes no solo pone a prueba la resistencia del cuerpo, también la capacidad de la sociedad de responder con organización, conocimiento y empatía. El desafío nos convoca a todos: profesionales, decisores de políticas y comunidad.
La diabetes no espera — nosotros tampoco.