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La mentira como recurso político

Por Dr. Fulvio Gutérrez
En el debate presidencial obligatorio realizado el 17 de noviembre de 2024, entre el candidato frenteamplista, Yamandú Orsi, y el candidato nacionalista, Álvaro Delgado, Orsi señaló: “Hicimos en su momento la reforma tributaria, simplificando y resolviendo de una buena vez el esquema tributario nacional”. 
Y aclaró: “no vamos a aumentar los impuestos”. Esa fue una afirmación temeraria para quien era candidato presidencial en aquel momento, que además reiteraba una mentira similar a la que dijo el ex presidente Tabaré Vázquez (apoyado por Danilo Astori) en circunstancias parecidas, unos años antes y, a pesar de ello, crearon nada menos que el IRPF y el IASS. Es más, ante la insistencia de los medios de comunicación sobre la afirmación realizada, Orsi reiteró con énfasis la misma respuesta. 
Esa fue la primera gran mentira, cuya verdad pronto saldría a la luz, concretándose sin duda ninguna en el proyecto de ley del presupuesto nacional a estudio del Parlamento. Allí se propone la creación del impuesto mínimo global, del impuesto a las compras que cualquier persona pretenda hacer en el exterior, al que equivocadamente se lo denomina “impuesto Temu” (Temu no va a pagar impuesto alguno, sino los habitantes de Uruguay que le compran), y un impuesto a los productos fitosanitarios de alta peligrosidad, que afecta directamente a los productores agropecuarios.
Y casi se da la creación de un impuesto que propuso el PitCnt, con criterio harto demagógico, para gravar –se dijo-con el 1% - al sector más rico de la sociedad, para contribuir a la lucha contra la pobreza infantil, a lo que finalmente no prosperó.
Pero luego, apareció una segunda mentira. Cuando ya se había presentado el proyecto de ley del presupuesto nacional, en una reunión de un comité de base, el 25 de agosto pasado, el Subsecretario del Ministerio de Economía y Finanzas, Ec. Martin Vallcorba, dijo textualmente: “El programa de este gobierno, no va a estar en condiciones de ser cumplido” Y agregó: “Cuando se votó el programa del congreso, ya sabíamos que no era para un período de gobierno, estábamos razonando mal. Es imposible de pagar”. Esta confesión es gravísima, sobre todo porque viene del número dos del Ministerio de Economía, y, por tanto, tengo el derecho a pesar que Vallcorba fue uno de los que estructuraron y redactaron la ley de presupuesto. Está claro que el Frente Amplio le mintió a la ciudadanía, y lo hizo a conciencia de que estaba mintiendo.
Y por si todo esto fuera poco, ocurre otra prueba de esta fenomenal mentira: el senador del Partido Socialista, Gustavo González, reconoció públicamente y en forma expresa, que el Frente Amplio le mintió a la gente en la campaña electoral, cuando se dijo que no se iban a poner impuestos, para ganar las elecciones. Es más, afirmó que hay que poner más impuestos y eliminar exoneraciones.
En síntesis, al gobierno le importa un bledo mentir sobre la imposición de nuevos impuestos, o el aumento de las tasas de los que ahora están vigentes. Porque para el gobierno, la mentira es un recurso político. La mentira cada vez tiene más protagonismo en los debates políticos. Se tilda de mentirosos a los adversarios, sin que estos últimos reaccionen debidamente. Porque tal vez, ellos también lo sean. A ese grado ha llegado esta lacra política.
Téngase presente, que la mentira no es nueva, y siempre ha sido una expresión contraria a lo que se piensa. Hace dos mil años, para San Agustín, la mentira consiste en decir falsedad con intención de engañar, y con el transcurso del tiempo, eso se fue generalizando, al punto que se habla de la “cultura de la mentira”, que es cuando se la utiliza como estrategia o herramienta política. En algunos ambientes, la verdad y la sinceridad ya no se consideran valores, porque a la sociedad le importa más aparentar que ser, y porque la gente renuncia a sus convicciones por conseguir un buen puesto. Se me podrá decir que, en política, todos mienten. 
Tal vez, pero cuando jerarcas de un colectivo mienten, comprometen a todos los integrantes del partido, con la condición de mentirosos. Los ejemplos de nuestra política autóctona así lo indican. Por eso, en la política contemporánea, la mentira se ha convertido en una herramienta recurrente utilizada por los gobernantes para manipular la opinión pública, consolidar su poder y justificar sus acciones. Y hay una sola forma de castigar a los mentirosos: negarles apoyo, o lo que es lo mismo, no votarlos. Que la ciudadanía no se olvide.