Por el Padre Martín Ponce De León
Dicen que el sentido común es el menos común de los sentidos.
Dicen… y, la realidad, nos muestra que tiene mucho de verdad eso que dicen.
Con mucha facilidad nos podemos encontrar con seres que han perdido el sentido común.
Todos podemos tener situaciones puntuales donde actuamos carentes de sentido común.
Pero son en situaciones puntuales y, por lo tanto, existen otros momentos donde nos movemos desde y con sentido común.
Cuando uno pierde el sentido común vive inmerso en un mundo que no es real.
Conozco una persona que tiene conocidos en otro continente donde se están dando nevadas impropias para la época. Cuando sale el tema de los calores y la seca que hoy se vive por estos lugares, él hace referencia a las nevadas europeas. Sin que se saque el tema él se encarga de hacer referencia a los abundantes fríos que se están viviendo. Pero nunca hace referencia a los calores que, antes de que llegue el verano, se están dando entre nosotros.
Cuando se pierde el sentido común no se ven los errores propios sino, únicamente, los de los demás.
El sentido común nos hace tener muy presente que podemos y solemos equivocarnos y tal cosa no es vergüenza sino asumir nuestra realidad.
El sentido común nos provee de una autocrítica que siempre es necesaria.
Cuando se pierde el sentido común nos creemos superiores a los demás por más que sepamos jamás nos podemos comparar con los otros puesto que cada uno de nosotros somos únicos y originales.
El sentido común permanentemente nos está haciendo tomar conciencia de nuestra realidad.
El sentido común nos ubica en lo que somos.
Cuando se pierde el sentido común solemos apropiarnos de tareas y méritos que son de otras personas.
Por más que se sepa que la verdad siempre se conoce, no dudamos en hablar en “nosotros” cuando, lo sabemos, nos estamos apropiando de realidades en la que hemos sido meros espectadores.
Cuando se pierde el sentido común permitimos que el “debe ser así” se imponga al “es conveniente u oportuno”
El sentido común nos hace libres y nos permite no vivir atados a estructuras o ritos.
El sentido común promueve nuestra capacidad de búsqueda.
Cuando se pierde el sentido común nos creemos con la capacidad de juzgar a lo de los demás sin que hayamos colaborado con tal comportamiento o acción.
Cuando se pierde el sentido común se está más dispuesto a hacerse escuchar que prestar un oído para escuchar.
Por todo esto es que decía, casi al comienzo, que cuando perdemos el sentido común vivimos en un mundo que no es real.
Vivimos en un mundo donde estamos solamente nosotros puesto que, los demás, por una u otra razón son excluidos.
La ausencia de sentido común nos aísla y encierra en nosotros mismos.
El sentido común nos impulsa a salir a la intemperie para buscar mejorar como personas
Allí nos encontramos con la realidad y sabemos lo necesario que los demás se nos hacen para realizarnos como seres humanos.
No se va al encuentro de los demás para imponer nuestras visiones o posturas sino que lo hacemos con la certeza de que seremos ayudados a ser mejores.
El sentido común nos anima a valorar lo de los demás y no a limitarnos a ver los errores o carencias.
Cuando se pierde el sentido común, sin darnos cuenta, nos transformamos en tristes personas puesto que no encontramos razones que nos hagan sonreír.