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Sin ataduras

Por el Padre Martín Ponce De León
Una de las realidades más difíciles, para seguir a Jesús, es la necesidad de poder liberarnos de todas las ataduras que, de una forma u otra, nos condicionan.
Toda nuestra vida está colmada de realidades que, sin que lo pretendamos, nos van condicionando. Nuestra familia, nuestra educación, nuestro tiempo de nacimiento, nuestra forma de ser o la tarea que vamos desarrollando, las personas que hacen a nuestro entorno. Todo nos va condicionando hasta hacer que seamos lo que somos.
También, y no podemos omitirle, nos va condicionando lo que hace a la cultura en la que estamos inmersos. Los medios de comunicación que nos envuelven, las famosas redes sociales, la cultura materialista e individualista que se busca imponernos. Todo nos va condicionando.
El culto al bien estar que es, en oportunidades, diverso al estar bien, nos condiciona y, muchas veces, nos determina. El vivir conforme los parámetros que la sociedad consumista pretende imponernos. Todo nos va condicionando.
En medio de todo eso surge la figura de Jesús manteniendo una propuesta que se mantiene inalterable pese al paso del tiempo y de las culturas. Es una propuesta de plenitud y madurez personal porque es una propuesta de vivir en plenitud de libertad.
Una de las realidades que más destacan en nuestra condición de individuos es la posibilidad de vivir en madura libertad. Ello no quiere decir hacer lo que se quiera sino hacer lo debido intentando realizarlo de la mejor manera posible.
Todos lo sabemos, aunque en oportunidades lo olvidamos, el ser humano perfecto no existe. Todos somos limitados en realidades diversas. Dali era un gran pintor, pero desconozco si sabía cantar con tanta originalidad como pintaba. Mozart era un gran músico, pero desconozco si sabía pintar con tanta belleza como la música que creaba.
Cada uno de nosotros tenemos nuestras cualidades y nuestras limitaciones. No podemos pretender ser como algún otro sino que debemos esforzarnos por ser nosotros mismos teniendo en cuenta que ello es lo máximo que podemos llegar a ser.
Para ello debemos intentar liberarnos de todas esas ataduras que nos impiden ser puesto que nos condicionan y ello nos impide ser nosotros mismos.
Vivir sin ataduras no es sencillo puesto que, en muchas oportunidades, implica ser cuestionado, censurado o rechazado. Es, muchas veces, ir contra la corriente y ello no es, socialmente, muy bien visto por la gran mayoría.
Soy un convencido de que ese natural cuestionamiento a quienes, viviendo su libertad con madurez y alegría, rompen con muchos condicionantes y logran ser auténticamente ellos, no es otra cosa que un algo provocado por un sentimiento de incomodidad que esos seres despiertan en nosotros.
Sí, incomoda ver que alguien es capaz de lograr lo que se quisiera y no se puede por temor o comodidad. Aferrarnos a nuestras condicionantes nos ofrecen unas seguridades que no deseamos perder bajo ningún concepto.
En cierta manera, Jesús nos señala con su dedo y nos pide que seamos nosotros mismos. No nos limitemos a ser una fotocopia de lo que la sociedad desea seamos ni seamos una caricatura de alguien que, por alguna realidad, nos deslumbra.
Vivir sin ataduras, ser maduramente libres, es un desafío que como seres humanos tenemos. Ser libres es un algo que debemos intentar para realizarnos como personas y, así, ser útiles y felices.
Es animarse a andar con la frente en alto porque habiendo logrado aquello que permite saberse realizado como persona y, por ello, dándole un verdadero sentido a su vida.