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Administradores

Por el Padre Martín Ponce De León
En reiteradas oportunidades, los relatos evangélicos nos invitan a asumir la realidad de que somos administradores de los dones de Dios.
A cada uno de nosotros Dios nos ha responsabilizado de administrar, correctamente, una determinada cantidad de dones que nos hacen ser quienes somos y que nos ayudan a ser mejores personas, haciéndonos útiles para la construcción de un mundo mejor.
Sin duda que existen algunos dones que son comunes a todos, pero en sus detalles más profundos se hacen exclusivos a cada uno. Todos, por ejemplo, tenemos, hoy, el don de la vida, pero, la misma es distinta para cada uno de nosotros.
Somos distintos puesto que nadie puede descubrirse repitiendo lo que los demás hacen ya que somos condicionados por una serie de circunstancias que nos hacen únicos e irrepetibles.
A medida vamos viviendo, nuestras condicionantes van plasmando nuestra personalidad y la misma nos va construyendo en la persona que hoy somos y en la que podemos llegar a ser.
Esa realidad nos responsabiliza de descubrir los dones que Dios ha querido poner en nuestras manos para que los administremos correctamente. No somos dueños de nuestra vida sino constructores de la misma. Esa construcción la vamos realizando en la medida que hacemos crecer o limitamos nuestras potencialidades.
Desgraciadamente, en muchas oportunidades, actuamos olvidando nuestra condición de administradores y nos comportamos como si fuésemos dueños. No determinamos el momento de nuestro comenzar a ser ni, tampoco, decidimos el momento de nuestro final. Solamente quienes sufren algún intenso desequilibrio llegan a creerse dueños de determinar el momento de su final.
¿Qué dones ha puesto Dios en mis manos para que los administre correctamente?
Debo, con honestidad y coraje, poder llegar a descubrir esos dones. Hacerlo no es un acto de orgullo sino de sinceridad para con nosotros mismos y de honestidad para con Dios.
Administrarlos correctamente es hacerlos crecer o potenciarlos para que, así, podamos ser, verdaderamente, más útiles para los demás. Los dones que Dios nos confía no son realidades que deben quedar en nosotros, sino que, necesariamente, deben estar al servicio de los demás que es, siempre, la manera de que estén al servicio del proyecto de Dios, nuestro Padre.
Los dones que Dios pone bajo nuestra administración son, siempre, realidades que, poniendo al servicio de los demás, ayudan en la construcción de una realidad más fraterna, digna y justa.
¿Para qué Dios ha querido confiarme determinados dones? Sin lugar a dudas ello no es para que me crea mejor que los demás o crea que puedo prescindir del otro. Un correcto administrador es aquel que descubre que tiene la tarea de ponerse al servicio de los demás y lo hace con desinterés, alegría y amor.
Un verdadero administrador de los dones de Dios no se refugia en su soledad o aislamiento, sino que, necesariamente, aprende del sentido común y no teme mantener los pies sobre la tierra. Un verdadero administrador busca involucrarse con los problemas de los demás para ayudar a que los demás no pierdan su condición de personas y se ayuden a vivir con dignidad.
Como cristianos, ser administradores de los dones de Dios no es una carga sino una gozosa responsabilidad de amor.